Básicamente tengo
un mal hábito el que ya me acompaña hace tiempo y no lo puedo quitar.
Repito en voz
alta las palabras que me parecen
atractivas al oído, las cuales siempre son la última o la primera de cada
frase. Este hábito se me pego hace un par de meses cuando en la oficina
comenzaron a llegar los venezolanos con su acento exquisito y palabras
divertidas que usan para nombrar los mismos objetos y acciones que nosotros.
Entonces hoy como
de costumbre en el metro ( línea 2) se detuvo en estación Los Héroes por más
del tiempo normal, algo a lo que los
Santiaguinos ya estamos más que acostumbrados y lo tenemos calcado a fuego en
el subconsciente, tanto colectivo como personal.
Cuando ya la
espera paso los 5 minutos y me preparaba para dejar de leer y comenzar a marcar
el número de la oficina para avisar que llegare tarde porque el metro se demoró
por alguna razón, se escuchó por los
altoparlantes de la estación en una dulce pero en un pésimo castellano. – Por
la osadía de un pasajero en estación La Cisterna debimos cortar la energida.
A lo que yo
repito- la energida- mientras continuo con la vista fija en la lectura.
Normalmente trato de mantener mi atención solo en lo que
voy leyendo y evito los ruidos molestos del trafico poniendo música lo suficientemente baja para no desconcentrarme en lo que leo,
pero al volumen justo para no escuchar el ruido
afuerino.
Aunque en esta
oportunidad pude escuchar la leve risa que provenía de mi costado derecho. Una
sutil pero tangible risa femenina que además sonaba hasta un poco sexy. El
asunto es que mire hacia el costado y note que un par de ojos azules me miraban
con cierta complicidad, esa que se logra cuando dos personas se ríen de lo
mismo.
-
Lo
siento, tengo tendencia a repetir las palabras que me llaman la atención.
-
-como
los loros. Y sonrió.
-
No.
Los loros solo repiten sonidos como una
forma de estimulación sin siquiera entender que el sonido es una palabra o que
el mismo tenga algún significado.
Eso fue todo, fui
lo suficientemente petulante como para cambiar el gesto de su cara desde
coqueto a jodete imbécil en menos de tres segundos. Juro que fue sin intención, al igual que cuando repetí en
voz alta la palabra, este fue no más que un reflejo.
Lo que me dejo
pensando en cuan seguido lo hago y sin siquiera darme cuenta, sin hacer discrepancia entre lo normal y lo
fuera del contexto. Lo que con el correr de los años me ha traído más de algún problema
con gente conocía como con desconocidos.
Al final de
cuentas, todos contamos con lados oscuros y desagradables que evitamos mostrar
al resto, pero que al igual que las lagartijas estos siempre salen al sol.
Tal vez en un
futuro se inventara el chip que sea capaz de suprimir todas estas acciones que
son tan humanas y parte de lo que nos hace humano.
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